Somos unos románticos y escuchamos demasiado a Mecano, así que siempre recordamos al Capitán Scott. Pero nunca evocamos al tipo que le venció, al que llegó al Polo Sur no solo 34 días antes antes que la desafortunada y caótica expedición británica, sino en perfecto orden, sin ningún problema de intendencia y sin perder ni un hombre, ni tan solo un dedo.
Pero es que el líder de la primera expedición en llegar al Polo Sur (y volver) no era una figura heroica y trágica. No murió en el retorno condenado de una gesta fallida, privado de esperanza.
No tenía delirios de superioridad racial o cultural, o el convencimiento de estar personificando una gesta patriótica, por lo que no le dolían prendas en usar técnicas de supervivencia aprendidas de los indígenas esquimales, algo indigno de un caballero victoriano.
Odiaba la publicidad, tenía serios problemas para financiar sus expediciones e incluso una vez tuvo que escabullirse durante la noche para evitar que le confiscaran por deudas el navío. No tenía ínfulas caballerescas, y era capaz de despistar y engañar a sus rivales (y hasta a su público) sin remordimiento.
Ni siquiera se preocupaba en exceso por la ciencia, olvidando en su ataque al Polo Sur la toma de muestras geológicas (que tanto retrasaron a la expedición de Scott) y haciendo solo dos fotos.
Roald Amundsen era, simplemente, un apasionado e intenso profesional de la exploración ártica que llevó a cabo en realidad todas las hazañas que el resto de los exploradores polares pasaron décadas intentando, como deja claro su historial: Polo Norte, Polo Sur, Paso del Noroeste, Paso del Noreste, invernadas en el hielo ártico y antártico, pionero de los vuelos polares.
El noruego no era un hombre de grandes gestos ni de poses heroicas. Era, simplemente, el tipo que va a donde hay que ir, sin errores, sin drama, sin romance. Pero que llega, y después regresa.
El mar en la sangre
Roald Amundsen nació en un pueblecito costero de Noruega cuando todavía estaba unida a Suecia. Su padre, Jens Amundsen, había llegado a capitán de barco, como marinos fueron sus dos hermanos, y la familia llegó a tener una veintena de veleros que comerciaban el Mar del Norte.
Tal vez harta de tanta marinería la madre de Amundsen se empeñó en conseguir que este vástago en particular tuviera estudios, no sin el respaldo del padre, consciente de su propia falta de educación académica.
Pero Roald había sido tocado por el mar ya desde la adolescencia, y las lecturas de las aventuras árticas de exploradores como Fridtjof Nansen habían excitado su imaginación encauzándola hacia los mares helados.
Siguiendo el empeño de sus progenitores el joven Roald ingresó en la universidad de Christiania a los 18 años para estudiar medicina, pero dedicó su tiempo mucho más a las actividades al aire libre (tenía un físico más que robusto) y muy poco a los libros, por lo que sus resultados fueron mediocres.
Cuando tenía 21 años su madre murió, con lo que desapareció la presión: inmediatamente Roald Amundsen abandonó la universidad y se embarcó en un buque dedicado a la caza de focas, el Magdalene, donde se hizo marino.
En muy poco tiempo consiguió ascender, obteniendo el título de oficial de segunda. Ya era marino; y su obsesión con las grandes extensiones heladas continuaba.
Tan rápida fue su carrera marinera que en 1897 se incorporó, ya como Primer Oficial, a una expedición polar: la Expedición Antártica Belga, que dirigida por Adrien de Gerlache pretendía explorar el continente helado del sur en el velero Belgica.
Ya fuera por accidente o pretendiendo repetir la hazaña de Nansen en los mares del Polo Norte, el Belgica acabó invernando congelado en el mar antártico.
Su tripulación, poco preparada para un invierno austral, se vio afectada por el escorbuto, y consiguió salvarse en parte gracias al médico estadounidense a bordo: Frederick Cook. Su empeño en cazar carne fresca y alimentar con ella a los hombres supuso, para Amundsen, la diferencia.
Una expedición diminuta
Tras el regreso de la Expedición Antártica Belga Amundsen empezó a organizar su propia expedición, dirigida a forzar por primera vez el mítico Paso del Noroeste entre el Atlántico y el Pacífico, siguiendo la costa norte de Canadá; un empeño nunca antes realizado que había costado ya muchas vidas.
Mientras tanto obtuvo el título oficial de Capitán de la Marina Mercante, del que siempre estuvo orgulloso. Con apenas una magra herencia y pocos apoyos públicos Amundsen tan solo consiguió equipar un pequeño velero, una balandra de acero diseñada para la caza de focas llamada Gjøa, y embarcar una tripulación de solo seis hombres.
Según la leyenda el Gjøa tuvo que partir de Oslo (el 16 de junio de 1903) de noche, huyendo de los acreedores; a pesar de la ayuda del rey Oscar II (rey de Suecia, y de Noruega) el explorador tenía numerosas deudas.
La diminuta expedición partió hacia Canadá, donde en octubre el Gjøa quedó atrapado por el hielo en una bahía al sur de la isla Rey Guillermo. Allí permaneció casi dos años.
Contacto con los esquimales
Durante ese tiempo los expedicionarios llevaron a cabo excursiones a pie y en trineo en diferentes direcciones, usando el varado barco como base.
Llevaron a cabo medidas científicas, sobre todo del Polo Norte Magnético. Pero sobre todo entraron en contacto con la tribu inuit (esquimal) de los Netsilik, que apenas habían tenido relación con los occidentales antes.
Amundsen se relacionó con ellos y aprendió sus técnicas ancestrales de supervivencia, desde el adecuado uso de los trineos tirados por perros a la construcción de iglús o la confección de ropas con pieles animales, que después resultaron ser claves para su conquista del Polo Sur.
El tercer verano de estancia la balandra con todos los expedicionarios abandonó su emplazamiento y se desplazó hacia el oeste, cruzando aguas traicioneras y muy someras hasta llegar al norte del Yukón, ya en la vertiente del Pacífico, donde volvió a quedar cercada por el hielo.
Desde allí Amundsen realizó un viaje en trineo de más de 800 km para llegar a la ciudad más cercana dotada de telégrafo: Eagle City, en Alaska.
Desde allí envió un telegrama anunciando al mundo su conquista del Paso del Noroeste, que dedicó al nuevo rey de la recién independizada Noruega: Haakon VII. Lo hizo a cobro revertido.
El Polo Sur, y el engaño
Tras regresar de Canadá Roald Amundsen empezó a planificar una expedición al Polo Norte, aún sin conquistar. Su triunfo en el Paso del Noroeste lo había convertido en héroe en Noruega; era famoso en todo el mundo.
Su triunfo también le puso en contacto con su admirado Fridtjof Nansen. El explorador noruego ayudó a Amundsen e incluso puso a su disposición el barco Fram, con el que se había hecho famoso.
El Fram había sido construido especialmente para la exploración polar por Nansen, y a pesar del tiempo transcurrido pudo ser reparado (e incluso mejorado) con facilidad.
Hecho para aguantar el hielo sin problemas y diseñado para funcionar como una estación polar autónoma, con un generoso aislamiento y provisiones para sobrevivir durante años, el Fram era un vehículo perfecto.
“Amundsen llegó a hipotecar su casa para comprar suministros“
Amundsen diseñó una expedición para explorar la cuenca del Polo Norte, varando el Fran en el hielo como había hecho Nansen y lanzando desde allí expediciones científicas en trineo. Pero nadie tenía duda ninguna de que el objetivo final era llegar los primeros al Polo Norte.
El plan, anunciado en 1908, contemplaba contraintuitivamente salir de Noruega hacia el sur, para cruzar el Atlántico y alcanzar el Pacífico por el Cabo de Hornos; luego el Fram subiría por la costa americana hasta San Francisco, donde se reaprovisionaría.
El ataque al Polo Norte se lanzaría desde el Estrecho de Bering. Las reparaciones del barco y los problemas de financiación y organización retrasaron la partida. Amundsen llegó a hipotecar su casa para comprar suministros.
Cambio de planes
Mientras tanto varias expediciones estaban atacando ambos polos. Los estadounidenses Robert Peary y Frederik Cook (el médico del Belgica) anunciaron en septiembre de 1909 que habían llegado al polo norte; Cook afirmaba haberlo hecho en abril de 1908, y Peary un año después.
Hoy se considera que ambas expediciones fallaron en sus cálculos, pero entonces parecía claro que el Polo Norte había sido conquistado.
En la Antártida, mientras tanto, Ernest Shackleton había alcanzado los 88 grados 23 minutos de latitud sur, quedando a menos de 100 kilómetros del Polo Sur antes de tener que retirarse.
Inmediatamente el explorador inglés Robert Falcon Scott hizo pública su intención de conquistar el Polo Sur para el Imperio Británico. Amundsen se estaba quedando sin carreras que ganar.
Así que cuando partió de Oslo hacia el sur el 10 de agosto de 1910 se suponía que el Fram se dirigía hacia el Polo Norte. No fue hasta mediados de septiembre, en una escala en la Isla de Madeira, cuando Amundsen informó a la tripulación del cambio de objetivo.
“El cambio de objetivo provocó un enorme escándalo entre los británicos“
Aunque el explorador había incluso mencionado públicamente la Antártida como un posible destino de la expedición, nadie lo supo hasta entonces. Desde Funchal Amundsen envió un telegrama a Scott, que había partido de Inglaterra el 15 de junio, informándole de su cambio de intenciones.
El telegrama alcanzó a la Expedición Terra Nova de Scott en Melbourne en octubre. Pero incluso antes ya había provocado un enorme escándalo: los británicos se tomaron el cambio de planes de los noruegos como una traición y una burla.
El público, sobre todo el del Reino Unido, se indignó con Amundsen. La financiación pública desapareció. Las simpatías por la expedición noruega se esfumaron. El desastre de relaciones públicas pesaría a partir de aquel momento como una losa sobre la reputación de Amundsen, sobre todo más tarde, cuando la expedición de Scott acabó en desastre.
Desconocedores de la reacción popular, el Fram y su tripulación continuaron hacia el sur y acabaron estableciéndose en enero de 1911 en la Bahía de las Ballenas, en la Antártida; a unos kilómetros tierra adentro construyeron Framheim (hogar del Fram), su base antártica y el punto de partida de su ataque al Polo Sur.
Por su posición geográfica estaban más de 100 kilómetros más cerca de su objetivo que los ingleses, cuya base estaba en el Estrecho de McMurdo, más al norte.
Desde Franheim los noruegos empezaron a internarse metódicamente en la Antártida para crear una cadena de depósitos de provisiones escalonadas como apoyo de su misión.
Antes de la llegada de la noche antártica hicieron varios viajes para crear y aprovisionar tres depósitos con más de 3.400 kilos de suministros que incluían 1.400 kilos de carne de foca y 180 litros de aceite de parafina para estufas.
Espera obligada
El 21 de abril de 1911 se puso el sol en la Antártida; no volvería a amanecer hasta 4 meses después, tiempo en el que cualquier viaje era imposible. El barco había salido para Argentina, con órdenes de regresar a principios de 1912.
Amundsen había previsto este periodo de inactividad y sus posibles daños para la moral. Los hombres se dedicaron a mejorar los trineos, que habían demostrado deficiencias en los viajes de aprovisionamiento, y a preparar el equipo.
Por ejemplo rebajaron el peso de los trineos en casi un 60% sin pérdida de integridad, y mejoraron sus botas de esquí, que habían sido diseñadas por el propio Amundsen.
Para ello construyeron varios talleres y depósitos que se sumaron a la cabina prefabricada especialmente preparada que era el núcleo de la base. Incluso llegaron a construir una sauna. Para casos de melancolía Amundsen había acarreado libros, un gramófono con discos e incluso instrumentos musicales.
La clave de la expedición era la ligereza; en Franheim había tan solo ocho hombres, lo que reducía las provisiones necesarias. Todo había sido pensado y repensado; las tiendas de campaña a usar durante el ataque eran especiales, los cofres que llevaban los trineos tenían tapas diseñadas a propósito, la comida era reducida y pensada para ocupar el mínimo espacio y proporcionar la máxima nutrición.
Para el asalto al Polo Sur Amundsen ordenó su propio Pemmican, con una receta propia que incluía especias y hierbas; además había chocolate, leche en polvo y galleta (el pan de los marineros), aunque mientras estaban en la base también podían contar con frutas en conserva y pan recién hecho. La dieta se complementaba con carne de foca (dos veces al día) y, durante las travesías, carne de los perros que hubiese que sacrificar.
Técnicas esquimales
La expedición estaba basada en las técnicas esquimales aprendidas por Amundsen en Canada y después refinadas. Partieron con 100 perros de tiro comprados en Groenlandia, que eran los propulsores de los trineos y podían (como así ocurrió) servir de alimento autotransportado.
Las ropas estaban hechas de piel de foca y reno al estilo de los Netsilik, en lugar de ser de lana, como era habitual; en las bajísimas temperaturas antárticas eran mucho más calientes, cortaban el viento y no perdían aislamiento al mojarse o ensuciarse.
Mientras la expedición británica luchaba con sus caballos, sus desastrosos trineos motorizados y sus ropas de lana y botas de cuero, los noruegos avanzaban con sus esquíes y trineos con relativa facilidad. Menos gente y más velocidad significa menos suministros. La clave era la rapidez.
Cuando la luz volvió, en septiembre de 1911, e impulsado por el temor a los trineos motorizados de Scott, el noruego inició su ataque para verse obligado a retroceder varios días después al registrarse temperaturas de -56 grados, de las que tuvieron que refugiarse construyendo un iglú.
En el retorno parte de los expedicionarios se descolgaron y llegaron a Franheim mucho después que el grueso del grupo, el 16 de septiembre.
Esto sacó a la luz disensiones entre Amundsen y el único miembro de la expedición que no había seleccionado personalmente, un veterano de la expedición de Nansen llamado Johansen.
El líder apartó a Johansen, junto a otros dos, y los envió a realizar una tarea científica secundaria. Cuando volvieran a intentarlo la partida serían solo cinco.
El ataque definitivo
Hasta el 19 de octubre no estuvo todo preparado para el segundo, y definitivo, ataque. Salieron de Franheim cinco hombres, en cuatro trineos tirados por 52 perros.
Cruzaban parajes desconocidos. Mientras el Capitán Scott utilizaba la ruta explorada por Shackleton, Amundsen tenía que inventar su propio camino.
Las expediciones de suministros les habían permitido hacerse una composición de lugar, pero había riesgos: el propio Amundsen estuvo a punto de irse al fondo de una grieta.
Para marcar su camino iban dejando mojones construidos con bloques de hielo cada tres millas (unos 5 kilómetros). Tardaron varios días en encontrar un paso que les permitiera ascender las Montañas Transantárticas; lo consiguieron usando un glaciar hasta entonces desconocido, que subieron no sin dificultades.
“Los perros servirían de bestias de tiro, pero también de alimento“
El 21 de noviembre coronaron el glaciar; estaban a 3.200 metros de altitud. Allí el mal tiempo les mantuvo bloqueados durante cuatro días. Tiempo en el que sacrificaron 24 de los perros supervivientes (4 habían muerto ya).
Éste era el plan desde el principio: los perros servirían de bestias de tiro, pero también de alimento. En el lugar que que acabarían bautizando como ‘La Carnicería’ los miembros de la expedición sacrificaron a los perros correspondientes de sus propios equipos.
Parte de la carne alimentó a sus compañeros; otra parte a los hombres, y sobró suficiente para almacenarla en un depósito de provisiones. Desde 'La Carnicería' salieron el 25 de noviembre tres trineos tirados por 18 perros y guiados por cinco hombres.
Las sucesivas etapas fueron adecuadamente demoníacas: cruzaron el Glaciar del Diablo, repleto de grietas profundas y traicioneras, y luego el Salón de Baile del Diablo, donde las grietas estaban cubiertas por puentes de nieve que sonaban a hueco al cruzarlos.
El 8 de diciembre los noruegos superaron el récord de Shackleton. El 13 de diciembre acamparon a menos de 30 kilómetros de distancia del Polo Sur. El 14 de diciembre de 1911, hacia las 15.00 h., Amundsen (que iba adelantado) llegó a la posición calculada: 90 grados de latitud Sur.
Para evitar errores y polémicas como las de Peary y Cook en el Polo Norte permanecieron allí tres días, calculando y recalculando. Dejaron una tienda de campaña, que bautizaron Polheim (hogar del polo), con equipo y una carta para Scott. Luego iniciaron el regreso, el 18 de diciembre.
Llegaron a Franheim el 25 de enero; dos trineos, 11 perros y cinco hombres que conservaban todos sus dedos; ninguno sufrió congelaciones ni problemas serios de salud en los 99 días que había durado el viaje.
Habían recorrido 3.440 kilómetros en las peores condiciones imaginables. Perseguidos por la duda sobre lo que estaría haciendo Scott no perdieron el tiempo: el 30 de enero partieron en el Fram (que había regresado) hacia Tasmania, donde tardaron 5 semanas en llegar.
Desde allí anunciaron su triunfo a su llegada a Hobart, el 7 de marzo de 1912. Amundsen, que había soñado toda su vida con el Polo Norte, había conquistado en su lugar el Polo Sur.
A la sombra de Scott
Todo fueron felicitaciones, alabanzas y parabienes. Hasta el rey británico envió su enhorabuena, felicitándose porque el regreso fuese vía una colonia inglesa.
Pero el recuerdo de su engaño, al no anunciar de antemano que se dirigía al sur, jamás se olvidó: había un poso frío en aquella gloria.
Después del Polo Sur Amundsen navegó el Paso del Noreste en un buque de investigación construido especialmente (el Maud), formó parte de la primera expedición en sobrevolar el Polo Norte e impulsó la exploración polar desde el aire.
“Su vida siempre estuvo bajo la sombra de Scott, de su competencia con un fantasma, y de la sospecha“
Murió en 1928 al estrellarse el hidroavión con el que intentaba localizar a los supervivientes del dirigible Italia de Umberto Nobile, que había desaparecido a su regreso del Polo Norte. Pero su vida siempre estuvo bajo la sombra de Scott, de su competencia con un fantasma, y de la sospecha.
Desde que el 1913 se hiciese pública la muerte del explorador británico, y como escribió un contemporáneo, 'Amundsen el victorioso se vio eclipsado por Scott el mártir'.
Durante décadas Robert Scott fue tratado como héroe estoico sin tacha, en buena parte gracias al talento literario de sus diarios y sus últimas cartas antes de morir.
Esto hizo de la figura de Amundsen un contrapeso, menos heroico, algo sospechoso incluso, y empañó su gloria. Ahora la historiografía tiende a ser mucho más dura con Scott, culpándole casi del catastrófico resultado de su expedición.
La verdad es que lo conseguido por ambas expediciones se complementa y refuerza. Scott intentó nueva tecnología a lo largo de una ruta conocida; Amundsen utilizó sistemas tradicionales indígenas y una soberbia forma física en una ruta nueva.
Scott era romántico, con todo lo bueno y lo malo que ello implica, y supo vivir y morir como tal; Amundsen era un pragmático, y consiguió al final el objetivo que se propuso, con menos heroísmo, pero con mayor efectividad.
El marino noruego que soñaba con el Polo Norte desde niño, al que no le importaba usar cualquier método que funcionase, que era organizado, metódico y tenaz también es el tipo que empeñó su propio hogar para financiar la expedición al polo que no era.
Era la suya, quizá, otra forma de romanticismo. El tipo de romanticismo de los astronautas del Apolo; el punto de vista pragmático de quien va a los sitios, y regresa.